La odisea de Cabeza de Vaca by Rubén Caba & Eloísa Gómez-Lucena

La odisea de Cabeza de Vaca by Rubén Caba & Eloísa Gómez-Lucena

autor:Rubén Caba & Eloísa Gómez-Lucena [Caba, Rubén & Gómez-Lucena, Eloísa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2008-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO XV

CAMBIO DE RUMBO

TRAS CRUZAR EL RÍO GRANDE

A LOS POCOS DÍAS, SALIERON de allí y estuvieron perdidos durante cuatro leguas hasta que unas indias que iban tras ellos los guiaron hacia un río «tan ancho como el de Sevilla», el mismo que conocemos por Grande o Bravo. Tras vadearlo con el agua al pecho, aquella tarde los españoles alcanzaron otro asentamiento indígena. Los recibieron con gritos de alborozo y agitando calabazas huecas que, por traerlas el río desde tierras lejanas, habían adquirido carácter sagrado y festivo. Como les precedía su fama de curanderos, tocaron y santiguaron a toda la gente del lugar. Escoltados por una devota muchedumbre, pasaron por varios pueblos donde sus acompañantes indios saqueaban las casas sin resistencia de los lugareños, quienes a veces se desquitaban saqueando el pueblo siguiente, rapiñas que los españoles no podían o no querían evitar. En uno de ellos, desde el que empezaron a ver sierras (Pamoranes, estado mexicano de Tamaulipas), la mayoría de sus habitantes eran «tuertos de nubes» o «ciegos de ellas mismas», quizás a causa de una infección ocular llamada ahora tracoma. Pero no se encaminaron a la sierra como pretendían los indios, sino que se adentraron por lo llano hasta un río (San Lorenzo), al sur del que les recordó al Guadalquivir. Dos leguas más adelante, unas indias les dijeron que río arriba encontrarían gente bien abastecida de tunas y harina de maíz, suculenta expectativa que, sobre el deseo de eludir a las tribus hostiles de la costa, los desvió de su ruta.

Pupo-Walker observa que los españoles «habían pasado casi seis años sin comer maíz»[54]. Más bien casi siete años, puesto que se alimentaron de los últimos granos al llegar a la isla de Malhado en noviembre de 1528.Tampoco lo cataron aquella noche. Sólo les ofrecieron tunas en cuanto perdieron el miedo al comprobar que los hijos del Sol llegaban sin la horda de rapiñadores que solía acompañarlos. Poco les duró la alegría. Apenas amaneció, irrumpieron en el poblado los indios que, los días anteriores, escoltaban a los españoles y les desvalijaron sus casas. Esta vez, tuvieron la deferencia de aconsejarles que se resarcieran saqueando otros pueblos vecinos.

No tardarían en aplicar el consejo. Estos indios de relevo, que condujeron a los españoles durante tres jornadas hasta otro poblado, también se dedicaron a saquearlo, pero sólo pudieron hacerlo en algunas casas porque «eran muchas y ellos pocos». No les valió a los nuevos saqueados su afable bienvenida: «dos físicos» (chamanes) habían ofrendado a los españoles dos calabazas que, a partir de aquí, llevarían como señal de amistad y buen augurio.

Al adentrarse cincuenta leguas por la falda de la sierra (San Gregorio, estado de Nuevo León), en un poblado le dieron a Andrés Dorantes un gran cascabel de cobre en el que figuraba un rostro. Como lo habían traído de algún lugar del norte donde conocían las fundiciones, la codicia de metales preciosos encaminó a los españoles hacia una sierra (Gloria) de siete leguas que atravesaron para alcanzar otro asentamiento junto a un «hermoso río».



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